¡¡Es un milagro!!

Magdalenacruz's Weblog

Es un milagro Familia feliz

Nunca podremos asistir con indiferencia al milagro de la vida. 

Por más que hayamos estudiado o leído, por más documentales que nos hayamos empeñado en ver para comprender y aprender, lo cierto es que cuando asistimos a un nacimiento una inexplicable sensación de de sorpresa e incredulidad se apodera de nosotros. Se trata casi de una experiencia mística. Y digo casi para no ser tachada de exagerada o excesivamente sentimental.

Tras un parto de más de 10 horas, mi  amiga  SODA (decir sólo perrita me parece muy poco) logró darle la vida a dos preciosos cachorritos: Ginger y Ron…Y le dolió y sufrió, y nos buscaba con su mirada para sentirse menos sola y asustada, para encontrar apoyo y ayuda y asegurarse de que sus bebés saldrían adelante.  Y pese a la tristeza de haber perdido al segundo de ellos siguió adelante hasta que su agotado cuerpecillo logró parir al último…

Ver la entrada original 274 palabras más

Estándar

LO MEJOR ES ENEMIGO DE LO BUENO

A veces los fiascos juveniles nos marcan para los restos

A veces los fiascos juveniles nos marcan para los restos

Dado que mi blog es una especie de confesionario o de terapia semanal, hoy quiero reflexionar sobre  uno de mis mayores enemigos a lo largo de los años: el perfeccionismo excesivo.

Habitualmente este adjetivo es usado para expresar una virtud. Cuando decimos que alguien es perfeccionista queremos decir que no es un dejado, que cuida hasta el más mínimo detalle de todo lo que hace, que podemos estar seguros de que algo que dejemos en sus manos va a ser llevado a término con todas las garantías de calidad… aunque posiblemente no de velocidad.

No me malinterpretéis, por supuesto que, a priori, el perfeccionismo es digno de alabanza. No cabe duda de que es una maldición tener que trabajar o convivir con personas poco exigentes consigo mismas y con su trabajo. Con aquellos que por salir del atolladero hacen cualquier cosa que luego otro tiene que venir a arreglar. Y sí, son muchos los chapuceros diplomados con los que te encuentras en la vida profesional y personal, es verdad. Pero el perfeccionismo excesivo también puede ser una maldición, sobre todo para el que la sufre e intenta rebelarse contra ella.

Como dice la sabiduría popular, en el punto medio está la virtud,  y eso es lo que deberíamos perseguir. Porque vamos a ver, ¿cuántas veces no es el miedo al fracaso, el pavor al ridículo, el que nos hace ser excesivamente perfeccionistas? ¿Cuántas veces le hemos dado  vueltas una y otra vez la misma idea hasta que finalmente la desechamos sin hacer nada al respecto? Nos encanta decir que es porque hemos llegado a la conclusión de que no merecía la pena, pero la pura verdad es que la mayoría de las veces por miedo a fallar, por miedo a que las cosas no salgan tal y como hemos imaginado más de un millón de veces.

Y esto te persigue desde pequeño, es una cualidad/defecto que te machaca desde la más tierna infancia, por genes, por experiencia o por ambas. Por esos miedos absurdos nunca me apunté a guitarra o a música, porque ¿y si lo hacía mal? ¿Y si se reían de mí? Ambas cosas seguramente hubiesen sucedido porque hoy sé  a ciencia cierta que, muy a mi pesar, el Señor no me llamó por el camino de las corcheas y semicorcheas, pero al menos lo hubiese intentado, lo hubiese disfrutado y quizá hasta habría aprendido a entonar y a tocar la bamba. No todos tenemos que ser reyes del rock.

Pero esto es más dramático  cuando afecta a algo en lo que tienes una mediana capacidad. Una vez, teniendo unos doce años, me presenté a un concurso de redacción y poesía de El Corte Inglés. El colegio mandaba los escritos. Recuerdo que hice un trabajo supercursi pensando en algo que les impactara, que fuera perfecto en mi mundo de niña, algo que no pudiera fallar. Esperé y esperé, y cada vez que veía un camión con el familiar triángulo verde cerca de mi casa el corazón me daba un vuelco: el premio era una vespino  casi igual que la de mi amiga Sole (mi mayor sueño desde entonces hasta los 16).

Y ¿que ocurrió? NADA. No gané. Ni tan siquiera me dieron uno de esos «accesits» con los que luego obligaban a comprar una enciclopedia a los padres cuando, orgullosos,  iban a recoger el diplomilla de su cachorro. Ese fracaso ha marcado mis siguientes 36 años, lo reconozco… y eso que fue un fracaso silencioso. Yo creo que ni mis padres se enteraron,  pero para mí ha sido una espinita clavada todo este tiempo. Por ejemplo,  nunca he participado en otro concurso, nunca, hasta este blog, he escrito algo que no fuera por encargo profesional… Vamos, que inconscientemente no he querido enfrentarme más a esa sensación y   he sido una cobardica en ese campo. Y ¿ha merecido la pena? Pues no.

En fin, a lo que voy, que los que a veces nos catalogamos de perfeccionistas, es cierto que lo somos, y que nos gusta el trabajo bien hecho, pero también es verdad que sufrimos de un terrible miedo al fracaso. Y de ese miedo al fracaso es de algo de lo que nos debemos deshacer sin más dilación y sobre todo en el momento de reinvención en el que nos encontramos muchos de nosotros.

Por ejemplo, ¿de qué nos vale reflexionar y encontrar nuestra vocación, o al menos una de ellas, si luego no nos atrevemos a hacer nada al respecto? ¿De qué nos vale tener una idea estupenda sobre un negocio si luego somos incapaces de ponerla en práctica o de dar pasos efectivos para hacerla realidad? No digo que haya que ser un inconsciente, ni mucho menos, pero no podemos estar perpetuamente buscando el momento adecuado y perfecto para hacer algo. Nos tenemos que mentalizar de que el momento perfecto no existe. Siempre habrá factores en contra. Nunca estaremos lo suficientemente preparados, siempre habrá algo más que se pueda hacer para mejorar, algo más que podamos aprender, un nuevo análisis que llevar a cabo, un nuevo consejo que pedir. Siguiendo esa línea de perfeccionismo enfermizo, ningún autor hubiese puesto el punto final a un libro, ningún pintor hubiese dado por acabado un cuadro o un músico grabado un disco, porque todo es mejorable, cualquier proyecto admite una vuelta más.

Nos tenemos que poner un límite real, una frontera que separe el trabajo bien hecho de la pura obsesión y del vértigo al suspenso. Por mucho que nos hayamos esforzado las cosas pueden no salir bien, la vida es así,  pero no hay que avergonzarse por haber fracasado en algo. De hecho dicen que es saludable mostrarlo, compartirlo con el mundo y no esconderlo con verguenza debajo de la alfombra. Ese fracaso pasa a formar parte de nuestro bagaje personal y nos revaloriza, nos hace más ricos e interesantes y encima nuestra experiencia puede ayudar a otros. En otras culturas eso está muy valorado, algo que por desgracia no ocurre en la nuestra, en la que un mal entendido orgullo hispánico nos impide reconocer los errores y, menos aún, incluirlos en nuestro curriculum.

Si hacemos una lista con los personajes que más admiramos, seguramente nos demos cuenta de que la mayoría ha fracasado más de una vez, pero ha logrado sobreponerse, levantarse y volver a empezar y eso es lo que nos maravilla. Al meditar sobre todo esto me doy cuenta de que creo de verdad que el único fracaso intolerable es la inmovilidad porque, al igual que no valoras de verdad el amor si nunca has sufrido desamor,  una vida sin fracasos posiblemente suponga una vida sin éxitos personales de los que sentirte orgulloso.

Así que, ¡perfeccionistas del mundo, uníos a mí!, reconozcamos nuestros defectillos y pánicos varios y busquemos el punto medio que nos haga disfrutar y que nos permita llevar a cabo los proyectos más diversos (desde aprender a bailar hasta abrir un negocio). Porque, ¿cuántas veces no te has enfadado contigo mismo cuando ves que otro hace sin pudor y con cierto éxito  algo que tú sabes que puedes hacer mejor pero no te atreves?

Como sabéis me encantan los dichos y refranes varios y os invito a meditar sobre algo que siempre se ha dicho en casa:  «lo mejor es enemigo de lo bueno», y es que a veces de tanto darle vueltas a las cosas para que sean perfectas, éstas terminan perdiendo su gracia y frescura. Y pasando del refrán castizo al anglicismo de autoayuda de turno que también nos vale «Now or Never!» … lo que viene a querer decir en nuestro idioma «¡ponte las pilas, coño, y hazlo ya!» .

Yo, asumiendo humildemente lo que tengo encima, tomo nota y me pongo a ello una vez más, que esto de volver a empezar da una trabajera que no veas.

Estándar

UN AÑO DESPUÉS, TU SONRISA SIGUE AQUÍ

Imagen

Cuando recuerdo aquel día me vienen a la cabeza imágenes que me hacen pensar en el guión de una película de esas en la que sabes desde el principio que las cosas no van a ir bien. Pero claro,  eso sólo sucede cuando eres un mero espectador tumbado en el sofá de casa. Se cumple hoy un año de aquella pesadilla. Algunas veces parece mentira y otras tan verdad que duele infinitamente.

A las ocho de la tarde ya estábamos listos para salir. Como cada año nos habíamos disfrazado para la cena de cumpleaños de mi hermana: capas negras, arañas, pelucas, uñas postizas, todo lo necesario para pasar un buen rato en familia.

Nuestros hijos estaban muy emocionados porque iban a ir al «fiestón del año». Habían comprado la entrada hacía bastante tiempo porque el DJ invitado era lo más. Rocío había llegado un rato antes, tan bonita y sonriente como siempre. Saldrían los tres juntos desde casa.

En uno de mis ires y venires por el pasillo les pregunté de pasada el nombre de la fiesta a la que iban a asistir. Una amiga mía iba a trabajar en una en la que la organización les había advertido que se esperaban más de 20.000 asistentes. Llegamos a la precipitada conclusión de que no se trataba del mismo evento.

Nos despedimos mientras escuchábamos sus risas al ver nuestro look final, nos preguntaban cómo teníamos el valor de ir así vestidos por la calle (ellos no se iban a disfrazar) y nosotros les explicábamos que una de las ventajas de cumplir años es que vas perdiendo la verguenza. Nos depedimos con el típico «Tened cuidado, no lleguéis muy tarde». Nada más.

Pasamos una velada estupenda. Cenamos por la plaza de Santa Ana. Deliciosas viandas, mejor compañía. Regalos, risas, cumpleaños feliz, brindis. Pasadas las cuatro de la madrugada volvíamos a casa por la A2, cuando a Patxi le llegó un mensaje. Conducía yo, así que lo leyó en el momento.

«Por favor, ayuda» , leyó Patxi en voz alta, con la cara desencajada… Es Carlos, dijo justo después. Creímos que el corazón se nos salía del pecho. Antes de llegar a casa ya habíamos logrado hablar con él. «Ya estoy fuera, tranquilos, ha habido una avalancha«. Cuelga. Vuelve a llamar, ¿Te vamos a recoger?¿Dónde nos esperas. «No, no,  ya estoy en el metro con mis amigos».

Llegamos a casa. Intentamos localizar al mayor para saber cómo están ellos. A las cinco nos manda un mensaje. «Estoy bien, no pasa nada. Carlos se ha ido«. Llega Carlos. Nos dormimos tranquilos.

No habría pasado más de una hora y media cuando nos despertó el sonido del teléfono. Era Miguel. No sabía exactamente qué había pasado, pero se habían llevado a Rocío al Hospital Clínico. Se habían separado. Ella se fue a la pista con sus amigas. No la había visto más. No había logrado encontrarla para volver a casa. Saltamos de la cama. Nos ponemos lo primero que encontramos. Aún en el coche, justo antes de llegar, suena de nuevo el teléfono:   «¡¡Está muerta, Rocío está muerta!!».

Primerísima hora de la mañana en la solitaria puerta de urgencias. Frío, silencio, incredulidad, desolación, vacío, angustia… no había nada que pudiésemos hacer para paliar aquel golpe. Llega un grupo de chavales que también estaba en la fiesta. Chicos y chicas que no entienden cómo es posible todo aquello, que buscan su mutuo consuelo. Sólo estamos nosotros en la puerta del hospital acompañados por dos coches de la policía nacional.  Unas chicas me cuentan que  no encuentran a otras dos de sus amigas, Cristina y Katia, no saben qué hacer. Hablo con uno de los policías.  Al cabo de unos minutos me llama en privado, me pide que no diga nada aún. No son buenas noticias.

Suena mi teléfono. Mi amiga envía un mensaje de grupo. Está destrozada. Parece que en la fiesta en la que trabajaba han muerto varias chicas. Al final, sí que era la de los 20.000.

No puedo ni llorar, es tan profunda la tristeza que se respira, tan duro el golpe, que los adultos estamos como paralizados. Miro a mi alrededor. Observo a aquellos chavales. Busco la mirada de nuestros hijos y sé que algo se ha roto dentro de ellos y que no será fácil de superar. Lamento profundamente que su encuentro con la muerte haya sido a edad tan temprana, que haya sido en esas circunstancias…

 Ahora, un año después, sigo viendo a esa niña preciosa sentada en casa, sonriéndome con sus grandes ojos y la siento como un ángel que nos cuida. Un año después, cada noche, cuando me voy a acostar y sé que nuestros hijos están seguros en sus camas doy gracias a Dios por tenerlos aquí, porque estén a salvo y pido que tengan fuerzas para superar el dolor y sanar sus heridas. Un año después pienso en las familias de esas cinco niñas que perdieron la vida e imagino el vacío e impotencia que deben sentir.

Un año después me avergüenzo cuando enciendo la televisión y veo todavía al tal «señor» Flores, defendiéndose como gato panza arriba y echándole la culpa a otro: el ayuntamiento, la policía,  la empresa de seguridad, los de las entradas, los  que se colaron… cualquiera vale.

No creo que nadie en este mundo, ni tan siquiera él,  esté interesado en matar a cinco niñas y en haber estado a punto de provocar una desgracia de incalculables dimensiones, pero por Dios, sea un hombre y acepte su responsabilidad.  Por AVARICIA, vendió más del doble de entradas que el aforo aprobado para el evento. Por AVARICIA, no se gastó el dinero que se tenía que gastar en seguridad y servicios de atención sanitaria. Por ganar más y más utilizó a chavales fácilmente manipulables, porque no son exigentes, porque no ven el peligro, porque casi todo les parece divertido y cuanta más gente haya en una fiesta, mejor.

Un año después, no sé dónde meterme cuando veo que desde el Ayuntamiento tampoco aceptan su responsabilidad por darle manga ancha a un «señor» nada fiable y creen que con el tiempo y algún que otro homenaje se nos olvidará su completa ineptitud. Y quiero pensar que fue por eso, por INEPTITUD, por lo que no comprobaron al 100% lo que iba a hacer el organizador y que la manipulación o el dinero no tuvieron nada que ver.

Un año después, en fin, estamos como siempre en este país, dándole al «pues anda que tú» y al «y tú más». Nadie pide disculpas, nadie acepta su responsabilidad, nadie hace nada por mejorar las cosas.  Y la justicia es lenta y tenemos la sensación de que  la INEPTITUD y la AVARICIA, dos de los pecados nacionales por excelencia,  van ganando otra vez la partida.

Por eso alzo la voz a través de este escrito para recordarlas con cariño, para abrazar a todos los que las querían y para consolar un poco nuestos doloridos corazones. Porque somos más los generosos, somos más la buena gente, porque somos más los responsables y los honrados, los que damos la cara cuando hacemos algo mal, los que ondeamos con orgullo la bandera de la honestidad. Y, sobre todo, porque no nos podemos dejar ganar por la absoluta carencia de ética que muestran instituciones y avaros. Los accidentes ocurren, sí, pero amontonar a jóvenes en una ratonera por dinero, consentir que por la codicia de unos pocos muera gente, es lo más bajo a lo que podemos llegar. ¿Qué le estamos enseñando a nuestros hijos?

Por eso hoy, niñas, en el primer aniversario de vuestra despedida, hago mía la frase de vuestros amigos y  «PLANTO VUESTRO RECUERDO MUY HONDO, PARA QUE FLOREZCA BIEN ALTO». Para que vuestra ausencia haga bajar la cabeza a los culpables y ponga en evidencia a los ineptos, para que nuestro cariño os llegue, estéis donde estéis.

Te queremos,  Rocío, tu sonrisa sigue con nosotros.

 

 

Estándar

A LA CAZA DE UNA VOCACIÓN

Sentir la llamada de una vocación debe ser una experiencia casi mística.

Sentir la llamada de una vocación debe ser una experiencia casi mística.

Siempre me ha dado envidia la gente que sentía la llamada ineludible de alguna profesión, aquellos que siempre han tenido claro qué querían hacer con sus vidas. Sí, lo reconozco, me da envidia cochina. Médicos, enfermeras, policías, músicos, actores, misioneros, maestros, deportistas, religiosos, bomberos, astronautas, cocineros… Incluso he conocido a algún abogado que lo es por vocación. Curioso pero cierto.

Las vocaciones son algo inexplicable que no sé si atribuir a la mística, a la genética, al entorno o a la educación, pero en cierto modo vienen a facilitarle la vida al que la siente. La vocación se convierte en su meta y alcanzarla imagino que debe ser una experiencia incomparable, el éxtasis en lo que a la vida profesional se refiere.

El médico que llega a doctorarse, puede no ganar lo suficiente o aburrirse de los hipocondríacos, pero no creo que jamás se plantee que debería haber sido administrativo. No me imagino a Fernando Alonso, por cabreado que esté con su coche, mirando al cielo y preguntándose porqué no se decidiría por montar una tienda de variantes o a Penelope Cruz suspirando por una mercería.

Cuando la vocación dirige tu vida el no lograr el éxito esperado es un inconveniente, sí, pero no un drama. Un claro ejemplo es mi amigo Manolo Andrés, que siempre quiso ser actor. Luchó contra viento y marea en una época en la que sí que había que tener pelotas para enfrentarte a tu familia, no tuvo una vida fácil ni llegó a ser famoso, pero murió teniendo por bandera el orgullo de haber vivido siempre de su amada profesión. Eso siempre me ha puesto los pelos de punta. Sin embargo, cuando fracasas haciendo algo que no te gusta, creo que la cosa es peor y te sientes miserable.

Lo malo es que, siendo realistas,  son muy pocos los afortunados que reciben esa clara llamada desde sus primeros pasos, los que son bendecidos con esa ayuda «divina», y menos aún los que además cuentan con las habilidades mínimas para materializarla. La gran mayoría de los mortales nos pasamos la vida haciendo algo que no nos gusta excesivamente y a lo que llegamos por pura casualidad. Así, tal cual. Nos permitimos el lujo de no llevar las riendas de nuestras vidas porque somos bastante cobardes e inconscientes.

Cobardes porque nos conformamos con encontrar un medio con el que ganarnos la vida sin exigirnos  averiguar cómo podríamos ser mejores y más felices.  Cobardes porque siempre tenemos  alguien o algo a quien echarle la culpa de nuestras desgracias. Cobardes porque no nos atrevemos a enfrentarnos a la familia, a la sociedad o a nosotros mismos para buscar nuestro propio camino. Inconscientes porque no nos damos cuenta de lo rápido que pasan los años, de que nuestro mayor tesoro es el tiempo y de que tirarlo por la borda haciendo algo que no nos gusta es bastante triste.

Bien,  ahora viene lo bueno. Los años me han enseñado que somos capaces de hacer muchísimas más cosas de las que a priori pensamos. Esta capacidad multifunción es la que puede permitirnos encontrar nuestra vocación tardía y reorientar la vida. No tenemos porqué hacer lo mismo siempre, podemos cambiar en cualquier momento y de hecho creo que debemos hacerlo, sobre todo los que somos «vocaciónespecífica-less«.Por ejemplo, no conozco a nadie que no admire a Leonardo Da Vinci, y él se metía en todos los fregados (¿me pregunto qué habría puesto su DNI en profesión?).

Los años también te ayudan a la hora de centrarte, ya que hay cosas que por definición no puedes hacer: no puedes ser niño cantor de Viena, gimnasta o deportista de élite. Tampoco bailarina clásica o niño prodigio. Pocas posibilidades para top model o sex symbol. Nada que hacer con astronauta, integrante del Circo del Sol o rompe récords extremos de Red Bull…Y para qué hablar de montar un grupo musical de adolescentes… Bien, vamos tachando opciones.

En mi caso, la carencia de vocación acompañada por la ausencia de buena suerte laboral me ha llevado a seguir los caminos más diversos:  estudiante de derecho, de marketing, azafata, modelo, traductora, editora del Guinness, periodista de belleza, negra para una escritora de novelas rosas, directora de una agencia de modelos, coreógrafa de pasarela, producción en un estudio de sonido publicitario, camarera, cocinera, organizadora de eventos, correctora, profesora… en fin, mirándolo con perspectiva, el palmarés de una incoherente o de una superviviente. En cualquier caso, lo cierto es que soy capaz de hacer todas esas cosas y que he disfrutado con  todas y cada una de ellas.

Hay veces que la zanahoria de un contrato indefinido te cierra el cerebro a las novedades y a los instintos, y un día te despiertas pensando que llevas un montón de años más aburrida que una mona…  Hacer un poco de autoanálisis, saber qué cosas te hacen felices y cuáles no, qué te divierte y qué te aburre puede ser un buen punto de partida para saber qué hacer, qué camino tomar en esta nueva etapa.

Nunca se me olvida la sabia afirmación de mi padre: «trabajar es malo, sino no pagarían por hacerlo». Cierto es, pero dentro de los límites de felicidad que nos permite la obligación, hay cosas que nos divierten más que otras. Yo odio los números pero me gusta escribir… Me gusta la gente, pero no me gusta hablar de dinero. Estos «me gusta» «no me gusta» creo que  ayudan, además de a tu perfil de Facebook,  a hacer descartes e iluminar un poco el camino.

Nos ha tocado vivir una época que tiene muchas cosas malas, sí, pero también muchas buenas.  De entrada hace años la vejez llegaba mucho antes. El que antes era viejo, ahora es solo «madurito» y eso está muy pero que muy  bien.  Hay muchas cosas que se pueden hacer, muchos caminos que tomar, un mundo de posibilidades de información y de formación… y quien sabe si de encontrar definitivamente nuestra verdadera vocación.   Como dice el refranero,  «nunca es tarde si la dicha es buena»  y «la ocasión la pintan calva», así que ¡a por ello sin más dilación! y si no acertamos tampoco esta vez pues «¡a  otra cosa, mariposa!». 

Estándar

EL BRINDIS

2013-08-13 19.04.59

Hacer un “reset” al borde de los 50 no es fácil, pero también es una gran oportunidad.

Conocí a mi ahora marido hace nueve años. El destino quiso que, después de muchas vueltas, nos conociésemos en una empresa en la que hemos vivido muchas cosas, buenas y malas, y  que ha prescindido de nuestros servicios seis meses atrás,

ERES temporales, ERES definitivos, crisis, mala gestión, el caso es que nuestro inicial nexo de unión ha desaparecido y nos hemos quedado al borde del resto de nuestras vidas con los pies colgando y el alma en vilo.

Después de los primeros momentos de lucha, enfado, incredulidad, llamadas diversas, llega el  interrogante que lo llena todo, desde que te levantas hasta que te acuestas: ¿y ahora qué?

Esa es la pregunta que te invade la cabeza, que te hace sentir vértigo cuando haces balance y te das cuenta con horror de que no disfrutas de la total ausencia de cargas de la juventud: hipoteca, hijos, coche, créditos… hasta las mascotas adquieren el peso de una losa.  Tampoco eres tan mayor como para izar bandera blanca y dejarte caer en manos de quien tenga a bien ayudarte o acogerte. Es más, tienes por delante un montón de años (según las últimas estadísticas, cuidandote un poquito, más de 30) que pueden constituir una bendición, el digno colofón de una buena vida, o una completa y larga tortura de “no llego a fin de mes”.  La barrera de los 50,  que empieza después de los 46,  te  deja ese sabor de boca: no sabes si eres un viejo joven o un joven viejo, lo cierto es que te ves  cruzando una “tierra de nadie”, parecida a la de décadas anteriores pero con gafas para ver de cerca y alguna que otra goterilla más.

En nuestro caso, intentamos tomarnos el cambio con dignidad, serenidad y todo el humor posible. De entrada pensamos que lo primero que debíamos hacer era plantarle cara al destino, y hacer un ritual de la buena suerte. Por eso decidimos casarnos y celebrar una fiesta por todo lo alto, rodeados de la gente que nos quiere y nos apoya. Luego hicimos un largo viaje que nos permitió disfrutar de nuestra mutua compañía, conocer nuevas tierras y  recordar lo bien que nos caemos y todas las cosas que deseamos compartir y por las que merece la pena luchar.

Hace más de un mes que pusimos punto final a nuestro particular ritual de la buena suerte, nos hemos reicorporado a nuestra vida normal y ahora nuestras cabezas son un hervidero de ideas. En el mismo día pasamos de ser profesores de idiomas, a agentes inmobiliarios, continuamos con nuestra profesión anterior o emigramos,  montamos un hotel o una tienda en internet, volvemos a montar un bar, nos hacemos con una franquicia o insistimos con la primitiva. Cualquier idea, por descabellada que sea, tiene cabida en nuestra particular catársis, aunque luego al poner las ideas en común el otro las deseche sin más contemplaciones. Así estamos, en un brainstorming permanente y, de momento, sin resultados definitivos.

¿Aterrador? Sí, sin duda. ¿Interesante? También. Enfrentarte a tantos interrogantes a los 50 da miedo, sí,  pero por otro lado te obliga a ser joven de nuevo, a reinventarte, a darte otra oportunidad para ser quien querías ser cuando sólo eras un esbozo de ti mismo, cuando no te habías dejado llevar por la supuesta seguridad de un contrato indefinido o de una casa propia, cuando el concepto de “sociedad del bienestar”  y “sociedad de consumo” no nos habían consumido a nosotros.

Por eso empiezo hoy este blog. Para que se convierta en un diario de nuestra aventura y en una hoja de ruta de lo que espero sea la mejor parte de nuestras vidas. Porque si no olvidamos todo lo que aprendimos en nuestro viaje, si tenemos memoria de lo que es importante, si todos los días nos decimos en voz alta que podemos conseguirlo, lograremos que lo que está por venir sea lo mejor que nos haya pasado y que lo que parecía un revés se convierta en una bendición. Sólo tenemos que  recordarlo cada día y no volver a perdernos, no dejarnos llevar ni consumir por la angustia, el miedo o el qué dirán.

Sé que sois muchos los que estáis en la misma situación, con unos años más o menos, es lo que ha traido “la crisis”, y a todos los que tenéis que volver a empezar os animo a que lo hagáis con alegría. No sólo nos enfrentamos a la obligación de salir adelante, sino a la hermosa misión de cambiar lo que no funciona, de reinventarnos a nosotros y reinventar una sociedad con fecha de caducidad inminente.

Brindamos por encontrar nuestro camino, porque encontréis el vuestro y por seguir disfrutando de la increible aventura que es la vida con el espíritu de unos jovenzuelos. ¡Salud y suerte!

Estándar