A LA CAZA DE UNA VOCACIÓN

Sentir la llamada de una vocación debe ser una experiencia casi mística.

Sentir la llamada de una vocación debe ser una experiencia casi mística.

Siempre me ha dado envidia la gente que sentía la llamada ineludible de alguna profesión, aquellos que siempre han tenido claro qué querían hacer con sus vidas. Sí, lo reconozco, me da envidia cochina. Médicos, enfermeras, policías, músicos, actores, misioneros, maestros, deportistas, religiosos, bomberos, astronautas, cocineros… Incluso he conocido a algún abogado que lo es por vocación. Curioso pero cierto.

Las vocaciones son algo inexplicable que no sé si atribuir a la mística, a la genética, al entorno o a la educación, pero en cierto modo vienen a facilitarle la vida al que la siente. La vocación se convierte en su meta y alcanzarla imagino que debe ser una experiencia incomparable, el éxtasis en lo que a la vida profesional se refiere.

El médico que llega a doctorarse, puede no ganar lo suficiente o aburrirse de los hipocondríacos, pero no creo que jamás se plantee que debería haber sido administrativo. No me imagino a Fernando Alonso, por cabreado que esté con su coche, mirando al cielo y preguntándose porqué no se decidiría por montar una tienda de variantes o a Penelope Cruz suspirando por una mercería.

Cuando la vocación dirige tu vida el no lograr el éxito esperado es un inconveniente, sí, pero no un drama. Un claro ejemplo es mi amigo Manolo Andrés, que siempre quiso ser actor. Luchó contra viento y marea en una época en la que sí que había que tener pelotas para enfrentarte a tu familia, no tuvo una vida fácil ni llegó a ser famoso, pero murió teniendo por bandera el orgullo de haber vivido siempre de su amada profesión. Eso siempre me ha puesto los pelos de punta. Sin embargo, cuando fracasas haciendo algo que no te gusta, creo que la cosa es peor y te sientes miserable.

Lo malo es que, siendo realistas,  son muy pocos los afortunados que reciben esa clara llamada desde sus primeros pasos, los que son bendecidos con esa ayuda «divina», y menos aún los que además cuentan con las habilidades mínimas para materializarla. La gran mayoría de los mortales nos pasamos la vida haciendo algo que no nos gusta excesivamente y a lo que llegamos por pura casualidad. Así, tal cual. Nos permitimos el lujo de no llevar las riendas de nuestras vidas porque somos bastante cobardes e inconscientes.

Cobardes porque nos conformamos con encontrar un medio con el que ganarnos la vida sin exigirnos  averiguar cómo podríamos ser mejores y más felices.  Cobardes porque siempre tenemos  alguien o algo a quien echarle la culpa de nuestras desgracias. Cobardes porque no nos atrevemos a enfrentarnos a la familia, a la sociedad o a nosotros mismos para buscar nuestro propio camino. Inconscientes porque no nos damos cuenta de lo rápido que pasan los años, de que nuestro mayor tesoro es el tiempo y de que tirarlo por la borda haciendo algo que no nos gusta es bastante triste.

Bien,  ahora viene lo bueno. Los años me han enseñado que somos capaces de hacer muchísimas más cosas de las que a priori pensamos. Esta capacidad multifunción es la que puede permitirnos encontrar nuestra vocación tardía y reorientar la vida. No tenemos porqué hacer lo mismo siempre, podemos cambiar en cualquier momento y de hecho creo que debemos hacerlo, sobre todo los que somos «vocaciónespecífica-less«.Por ejemplo, no conozco a nadie que no admire a Leonardo Da Vinci, y él se metía en todos los fregados (¿me pregunto qué habría puesto su DNI en profesión?).

Los años también te ayudan a la hora de centrarte, ya que hay cosas que por definición no puedes hacer: no puedes ser niño cantor de Viena, gimnasta o deportista de élite. Tampoco bailarina clásica o niño prodigio. Pocas posibilidades para top model o sex symbol. Nada que hacer con astronauta, integrante del Circo del Sol o rompe récords extremos de Red Bull…Y para qué hablar de montar un grupo musical de adolescentes… Bien, vamos tachando opciones.

En mi caso, la carencia de vocación acompañada por la ausencia de buena suerte laboral me ha llevado a seguir los caminos más diversos:  estudiante de derecho, de marketing, azafata, modelo, traductora, editora del Guinness, periodista de belleza, negra para una escritora de novelas rosas, directora de una agencia de modelos, coreógrafa de pasarela, producción en un estudio de sonido publicitario, camarera, cocinera, organizadora de eventos, correctora, profesora… en fin, mirándolo con perspectiva, el palmarés de una incoherente o de una superviviente. En cualquier caso, lo cierto es que soy capaz de hacer todas esas cosas y que he disfrutado con  todas y cada una de ellas.

Hay veces que la zanahoria de un contrato indefinido te cierra el cerebro a las novedades y a los instintos, y un día te despiertas pensando que llevas un montón de años más aburrida que una mona…  Hacer un poco de autoanálisis, saber qué cosas te hacen felices y cuáles no, qué te divierte y qué te aburre puede ser un buen punto de partida para saber qué hacer, qué camino tomar en esta nueva etapa.

Nunca se me olvida la sabia afirmación de mi padre: «trabajar es malo, sino no pagarían por hacerlo». Cierto es, pero dentro de los límites de felicidad que nos permite la obligación, hay cosas que nos divierten más que otras. Yo odio los números pero me gusta escribir… Me gusta la gente, pero no me gusta hablar de dinero. Estos «me gusta» «no me gusta» creo que  ayudan, además de a tu perfil de Facebook,  a hacer descartes e iluminar un poco el camino.

Nos ha tocado vivir una época que tiene muchas cosas malas, sí, pero también muchas buenas.  De entrada hace años la vejez llegaba mucho antes. El que antes era viejo, ahora es solo «madurito» y eso está muy pero que muy  bien.  Hay muchas cosas que se pueden hacer, muchos caminos que tomar, un mundo de posibilidades de información y de formación… y quien sabe si de encontrar definitivamente nuestra verdadera vocación.   Como dice el refranero,  «nunca es tarde si la dicha es buena»  y «la ocasión la pintan calva», así que ¡a por ello sin más dilación! y si no acertamos tampoco esta vez pues «¡a  otra cosa, mariposa!». 

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